Constituyen entre el 1 y 3% de todas las
fracturas infantiles y entre el 10-15% del
total de fracturas humerales.
El mecanismo lesional más frecuente es
un trauma directo de importancia en las
fracturas transversales y una rotación brusca
en las espiroideas. En los lactantes y niños
pequeños hay que valorar siempre la posibilidad
de malos tratos.
El diagnóstico clínico (inflamación,
impotencia funcional con o sin deformidad
angular) junto con la radiografía convencional
nos darán el diagnóstico en la mayoría
de los casos. Estas fracturas, como todas
las diafisarias, pueden ser en «tallo verde» o
completas. Estas últimas a su vez son generalmente
espiroideas o transversas. Las más
inestables y que generalmente presentan
mayor desplazamiento son las transversas.
La capacidad de consolidación y remodelación
es alta pero menor que en las fracturas
de húmero proximal. Por este motivo el
tratamiento casi siempre es también conservador
mediante inmovilización con vendaje
tipo Gilchrist, Velpeau, yeso en «U», o
yeso colgante (Fig. 10).
En ocasiones, antes
de la inmovilización, se puede intentar
reducción cerrada si el desplazamiento,
sobre todo la angulación, es grande (Fig. 11). La inmovilización se deberá retirar a las 4-
6 semanas tras las que no suele ser necesario
el tratamiento rehabilitador.
Conforme pasa el tiempo, al igual que
ocurre con las fracturas diafisarias femorales,
va siendo más popular el enclavado
intramedular elástico estable (EIEE) o sistemas
similares (Fig. 12) con lo que, asumiendo
el riesgo de una intervención quirúrgica,
se evita el uso de inmovilizaciones
demasiado restrictivas y tediosas. Otra ocasión
en que recomendamos el tratamiento
quirúrgico es en las fracturas abiertas (Fig.
13) con gran atricción de partes blandas
(tipo III de Gustilo) en que utilizamos
generalmente la fijación externa con la que,
a pesar de conseguir callos óseos escasos
(Fig. 14), se suele llegar a buen término en
cada caso.
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